Mayfair Witches: cómo el saber se vuelve un peligro y la caída de lo cíclico, del deseo al dogma

🌑Las brujas y el mito perdido
Hubo un tiempo —en la ficción y en la historia— en que las mujeres sabían demasiado. Sabían leer los ciclos del cuerpo y de la luna. Cuándo nacer, cuándo sangrar, cuándo sembrar y cuándo arder. Cómo sanar, amar, gozar... y, sobre todo, cómo conectarse con lo invisible sin pedirle permiso a ningún dios.
Ese saber fue primero respetado, después temido... y finalmente perseguido.
En Mayfair Witches, una saga de linaje, poder y herencia espiritual, vemos cómo ese conocimiento ancestral se convierte en maldición cuando los herederos del dogma intentan encasillarlo, contenerlo, disciplinarlo. Las mujeres que heredan el don son simultáneamente benditas y malditas: portadoras de una verdad que el sistema no puede asimilar sin destruirla.
El Código Da Vinci nos susurra que antes del pecado hubo rito, y que el sexo —lejos de ser una falta— fue alguna vez una forma de comunión con lo divino. La herejía no está en el acto, sino en la memoria: recordar que el útero fue sagrado antes que maldito.
En todos estos relatos se repite el mismo eco:
“El poder no teme al mal. Teme a quienes pueden nombrarlo sin temblar.”
🌀 La transición: del culto a lo cíclico al miedo a lo eterno
Antes de que existiera un solo dios que ordenara, prohibiera y premiara, los pueblos antiguos se regían por los ciclos de la naturaleza. En muchas cosmovisiones antiguas, lo sagrado no estaba en lo alto ni en lo abstracto, sino en lo que se repetía. El tiempo no era una línea recta que marchaba hacia un juicio final, sino una espiral sagrada que marcaba estaciones, nacimientos, sangrados, muertes y renacimientos. Era un tiempo circular, vivo, vinculado a la tierra y al cuerpo.
Ese universo cíclico era femenino no solo por su relación con la fertilidad, sino por su lógica cambiante, plural e inclusiva. En él convivían múltiples deidades, espíritus, ritmos. No había una sola verdad revelada, sino una danza constante de significados, una espiritualidad horizontal.
Con el avance del monoteísmo, ese mundo fue reemplazado por uno de jerarquías, verdades absolutas y control centralizado. El tiempo se volvió lineal. El dios pasó a ser único, eterno, masculino. El pecado reemplazó al rito. El cuerpo dejó de ser templo y pasó a ser prueba. Y el deseo... una amenaza.
En The Witcher, Renfri representa otro tipo de ruptura. Es una princesa marcada desde su nacimiento por una profecía, perseguida y exiliada por lo que podría llegar a ser. La maldición no es real: es una narrativa que otros construyen sobre su cuerpo para justificar su control. Su tragedia no es que sea “oscura”, sino que nunca se le permite elegir sin ser condenada. Renfri no es el monstruo: es lo que el orden no puede permitir que exista.
Y en Mayfair Witches, la manipulación se vuelve aún más precisa: en la serie, la rama escocesa de la familia oculta manipula a Rowan para que se convierta en la herramienta que someta a Lasher, el espíritu masculino que, irónicamente, encarna el deseo desatado. Aquí, lo femenino es condicionado desde la cuna. La heredera no hereda libremente: es guiada, usada, programada. Lo cíclico se convierte en destino impuesto. La autonomía se convierte en amenaza.
“El politeísmo era imperfecto pero plural.
El monoteísmo, al imponerse, barrió con el derecho a dudar.”
Este pasaje de lo plural a lo único es, en el fondo, una represión del deseo:
Porque desear —y elegir— significa tener agencia.
Y no hay nada más peligroso para un sistema dogmático que un alma que no necesita permiso para ser.
♀️ El matriarcado enterrado: del útero al infierno
Si el deseo fue la primera herejía, el cuerpo femenino fue el primer territorio ocupado.
En el corazón de muchas cosmogonías antiguas, lo femenino no era pecado ni debilidad: era portal. El útero no era una carga, sino un símbolo de creación y poder. Las sacerdotisas no eran marginadas: eran intermediarias entre lo humano y lo sagrado. El sexo no era sucio ni prohibido: era ritual, comunión, fuego creador.
Y sin embargo, a medida que el dogma monoteísta se impuso, esa sacralidad fue invertida: el útero se convirtió en tabú; el placer, en pecado; y la sacerdotisa, en bruja o prostituta.
“No se reprimió el pecado.
Se reprimió la posibilidad de que lo sagrado hablara con voz de mujer.”
Esta operación de borrado no fue simbólica solamente: fue política, cultural, institucional.
✝️ Lilith, en los textos antiguos, fue creada igual que Adán, del mismo barro. Pero al negarse a someterse, fue expulsada del relato y demonizada.
🍎 Eva, la segunda, fue condenada por elegir saber. El fruto no era una manzana: era conocimiento.
🏺 Babilonia, símbolo de lo sagrado sensual, fue convertida en imagen de decadencia y corrupción.
🧬 Rowan, en Mayfair Witches, fue moldeada para ser vehículo, no sujeto. Heredera sin agencia, portadora de un linaje que otros querían controlar desde antes de su nacimiento.
Y como ellas, muchas otras. Cada una reescrita para que encaje. Para que deje de arder.
🩸 Yennefer, en The Witcher, lo resume en una escena: renuncia a su útero para acceder al poder. Pero ese sacrificio no es libertad: es resignación ante un sistema que solo valora lo femenino cuando deja de gestar. No la empujó el deseo, sino la desesperación. No fue un pacto con el Diablo, sino con la Academia. Con quienes se presentan como luz, pero exigen mutilación simbólica como entrada.
“Yennefer no renunció al deseo.
Renunció a su útero para tener derecho a ser temida, en un mundo donde lo femenino solo es valioso si deja de ser fértil.”
El Código Da Vinci plantea una hipótesis perturbadora: el Santo Grial no es una copa, sino un símbolo del linaje femenino oculto. Un linaje femenino que fue borrado por la historia oficial. El secreto no es un objeto, sino un cuerpo. María Magdalena no fue pecadora: fue compañera, igual, posiblemente heredera, guardiana de un saber ancestral que no podía ser absorbido por una Iglesia patriarcal sin perder el control del relato.
El patriarcado religioso necesitó transformar el goce en pecado para sostener el control. Y para lograrlo, tuvo que expulsar a las mujeres de sus roles espirituales. Las que no aceptaron ese exilio... fueron quemadas.
La herejía, entonces, no estaba en el sexo… sino en la posibilidad de un poder que no dependiera de la aprobación masculina. Un linaje autónomo. Una espiritualidad encarnada. Un saber que no necesitaba intermediarios.
En paralelo, el ascenso del clero como contrapoder al trono secular fue otro movimiento estratégico: si no heredaban el cetro, los hijos varones de las familias poderosas encontraban en la Iglesia un canal de autoridad. Así se selló un doble monopolio: del alma y del saber.
A partir de ahí, el deseo no fue solo reprimido: fue institucionalmente vigilado. El goce fue criminalizado, incluso dentro del mismo clero:
- Curas con familias ocultas
- Crímenes silenciados
- Comunidades enteras que aprendieron a disociar lo corporal de lo espiritual
Las mujeres que sabían —parteras, herboristas, sanadoras, alquimistas— fueron sistemáticamente perseguidas. Su saber fue expropiado, su cuerpo disciplinado, su linaje borrado.
Y en el imaginario popular, todo eso quedó comprimido en una sola palabra: bruja.
La represión no fue castigo por actos. Fue prevención contra el recuerdo. Porque esas mujeres —las Lilith, las Magdalenas, las Rowan, las Eva— no fueron peligrosas por lo que hacían, sino por lo que recordaban.
“Las brujas no eran brujas:
eran mujeres que sabían demasiado
y que recordaban cómo arder sin pedir perdón.”
⚖️ El conocimiento como amenaza: cuando saber es peligroso
Si el deseo fue la primera herejía y el cuerpo el primer territorio ocupado, el pensamiento libre fue la siguiente amenaza.
La represión religiosa no apuntó solo al goce, sino a la lucidez. A toda forma de saber que no necesitara intermediarios. A toda chispa que pudiera encenderse sin permiso.
🪐 Galileo fue obligado a negar lo que veía. Su crimen no fue mirar las estrellas, sino atreverse a decir que los cielos no giraban en torno al hombre.
🔥 Giordano Bruno fue quemado no por ciencia, sino por poesía cósmica: imaginó un universo sin centro, sin límite, y tal vez, sin necesidad de un dios vigilante.
📜 Hipatia, filósofa y astrónoma de Alejandría, fue desollada viva por una turba cristiana. Su verdadero pecado no fue enseñar, sino existir: mujer, sabia, y no sometida.
La amenaza no era el error.
La amenaza era el pensamiento autónomo.
La posibilidad de saber sin pedir permiso.
En Mayfair Witches, la represión adopta formas más suaves, pero igual de letales. Susan es la figura de la sabiduría. Es encerrada y tachada de loca. Pero no está poseída: está lúcida. Ella es la guardiana de un saber que precede al relato dominante. Su memoria es peligrosa. Por eso debe ser apagada. Callada. O aislada hasta que su voz no importe. Su condena no viene del mal que hace, sino del poder que representa.
Y en The Witcher, esa misma lógica se repite desde otra forma de poder: cuando Yennefer deja de ser útil al trono —cuando no puede evitar la masacre, cuando ya no encaja como herramienta de control— es marginada. Su saber, su poder, su pasado... todo se vuelve irrelevante. No es traicionada por lo que hizo, sino por ya no encajar en el plan.
En cuanto su poder deja de servir al relato, se convierte en carga.
Y lo que no puede ser útil, debe ser descartado.
- 💀 Como Prometeo, castigado por robar el fuego.
- 🌀 Como Hypnos, silenciado por traer sueños sin filtro.
- 🩸 Como cada sabio o sabia que tocó una verdad demasiado cruda para el dogma.
Hoy no se quema a los herejes, pero se los desacredita y se los cancela. Se los encierra en lo simbólico, en el ridículo o en la etiqueta médica. La represión del pensamiento ya no necesita hogueras: le basta con el algoritmo.
Y sin embargo, el saber resiste. A veces en susurros, otras en brujas, otras —como Susan— en habitaciones cerradas que huelen a flores secas y secretos.
Porque el verdadero fuego no es el que arde, sino el que sigue encendido en quien no fue escuchado.
La Iglesia no solo condenó ideas. Condenó cuerpos. Condenó formas de mirar el mundo sin intermediarios.
Porque donde hay autonomía… hay amenaza.
🩸 Lo que arde, vuelve: epílogo para brujas que no olvidaron
Las llamaron brujas. Las quemaron. Las enterraron. Las olvidaron.
No todo se perdió. A veces el saber se esconde en cuentos, en leyendas, en mujeres que sueñan con fuego. Las brujas del pasado no eran monstruos. Eran médicas, parteras, astrónomas, artistas. Eran mujeres que sabían algo que el poder no podía controlar.
Pero no sabían que el fuego no destruye todo. A veces, lo que hace… es sellar una verdad.
- 🌒 Porque el deseo vuelve, incluso reprimido.
- 📜 Porque el conocimiento resiste, incluso silenciado.
- 🕯️ Porque el linaje no muere: muta, duerme, se esconde en cuevas, en diarios, en canciones, en gestos pequeños. Y de a poco… despierta.
Hoy ya no arden hogueras, pero sí pantallas. Se silencian voces distintas con algoritmos, burlas, diagnósticos. Se niegan cuerpos que gozan. Se editan saberes que desbordan. Se tacha de delirio todo lo que no encaje.
Pero en algún rincón, una bruja recuerda.
No porque alguien se lo haya contado. Sino porque el cuerpo sabe.
- 🌱 Lo que antes era ritual, vuelve como intuición.
- 📚 Lo que era herejía, hoy es archivo.
- 🗣️ Lo que fue silencio, se vuelve palabra.
Y por eso, cada vez que una ficción recupera ese mito, está abriendo un portal: no para volver atrás, sino para recordar lo que nos quisieron borrar. Tal vez no necesitamos destruir el templo. Solo recordar el nombre verdadero de quien lo construyó.
No fuimos demonios. Fuimos memorias incómodas.
No fuimos locura. Fuimos voz sin permiso.
No fuimos datos. Fuimos deseo.